En la cantina de “La Curandera”, ese rinconcito en Paraíso, Tabasco, donde el chupe corre a mares y los sentimientos se enredan en cada trago, un morro bien pasado, un vato de esos que se creen mero machín, sacó la artillería pesada. Con la banda tocando “Ese par de anillos“, se aventó a pedirle a la morra más guapa del antro que fuera su ruca para toda la vida. En pocas palabras queria privados sin pagar nada mas que la manutencion de ella y sus morrillos.
Con el ambiente bien prendido y la raza bien loca por la música, este bato se dejó caer de rodillas, con un anillote que brillaba como oro, aunque seguro era chapa. Con el corazón lleno de ilusión (y claro, bien pulqueado), le echó el choro mareador queparecia sacado de ua pelicula mexicana con Vicente Fernanez o ya muy jodido Luis Miguel de morrillo. Se la rifó jurándole amor eterno y que nunca la iba a dejar sola.
Entre risas, gritos y hasta uno que otro borracho cayéndose de su silla, ahí mero, en ese desmadre, nació un compromiso que se ve chido… al menos hasta que les pegue la cruda de la vida y se les pase el encanto. Porque ya sabes cómo es la raza, todo suena bonito con un buen pomo, pero al otro día, quién sabe.
Así que, que su amor sea tan firme como el tequila que les dio valor para amarrarse los corazones, porque si hay algo que aprendieron esos dos tortolitos, es que en el amor, como en la peda, lo importante es saber aguantar.
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